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Archive for febrero 2011

[TEMA 13 de las PAU de la Comunitat Valenciana, curso 2010/2011]

En un país como Grecia,  donde en la vida civil los tribunales llegaron a tener una intervención decisiva para los ciudadanos, es natural que la retórica y la oratoria adquirieran gran importancia. La elocuencia era indispensable al héroe homérico y Aquiles fue educado para ser experto en palabras. Como ocurre con los anteriores, el nacimiento de la oratoria como género literario viene precedido por un ambiente cultural idóneo en que florecen las disquisiciones sobre lo justo, lo real, lo posible, lo conveniente etc. Será, como el drama, un género eminentemente ático, asociado a una época y una ciudad concretas: la Atenas de finales del s.V y principios del IV.

PROSA GRIEGA

 

Sin embargo, para explicar el nacimiento de la oratoria en Grecia hay que recurrir a un mundo previo en el que se cree en el mágico poder de la palabra, un mundo primitivo en el que la ará («imprecación»), la palabra enunciada, posee activiad y fuerza incoercibles. Esta palabra poderosa destruye y crea, cura y hechiza… y en este tipo de culturas en las que entre el nombre y la cosa que significa se concibe una unidad sustancial, se llega a un punto en que es difícil distinguir entre inspiración poética, ritual mágico, mito, religión, poesía y profecía.

Los primeros planteamientos de estructurar el lenguaje como un arma dialéctica, un instrumento para el dominio de los hombres, los encontramos en la Sofística, concretamente en PROTÁGORAS DE ABDERA. Gracias a la sofística y a su retórica los discursos públicos se hicieron literarios, pues se empezó a ver en ellos obras de arte dignas de conservación escrita. A partir de aquel momento la educación oratoria resultó imprescindible para la carrera de estadista; pero la retórica incluyó en su ámbito de influencia toda la prosa y, especialmente, la historiografía.

En 427 a.C. llega a Atenas GORGIAS DE LEONTINOS y se dedicó a la enseñanza de la retórica. La base del estilo gorgiano consiste en trasladar a la prosa figuras y recursos propios de la poesía: la palabra seductora de los versos homéricos es ahora lovgo», prosa. En el Encomio de Helena Gorgias establece que la palabra, el logos, engañó a Helena, que filosóficamente la palabra no dice la verdad y que tampoco el arte de la palabra aspira a la verdad. Los oyentes, ante el discurso elaborado no sólo se dejan engañar y convencer, sino que además experimentan sensaciones variadas y extremas.

Según Gorgias, Helena no merece la mala reputación que arrastra por haber abandonado a su esposo y haber seguido a Alejandro a Troya. Porque aunque esto hizo, se vio obligada a hacerlo, bien por disposición del destino, o por la fuerza, o bien porque se dejó persuadir mediante la palabra, o bien por amor. El poeta de antaño cede ante la figura del orador sofista que convierte el «mágico poder de la palabra» en fundamento de un ideal de formación retórica y formal. A partir de este momento, el pueblo de Atenas mide y valora los discursos, pero no por su contenido de verdad, sino por su capacidad de persuasión. Aparece el virtuoso del discurso, siempre dispuesto a demostrar su maestría y virtuosismo, orgulloso del poder inmenso de su instrumento (la palabra) que él sabe manejar como nadie con criterios específicamente artísticos y estéticos, pues considera que su arte, la retórica, no es un arte, sino un fin en sí mismo.

En Atenas se dieron circunstancias favorables para que prosperase este arte de la palabra persuasiva. Con la instauración de la democracia radical (Efialtes y Pericles, 462-1 a.C.) se incrementó el afán ateniense por la paideiva («educación»), el arte y la cultura; lo importante no es ya el estudio de la naturaleza, sino el enriquecimiento del hombre y una mayor posesión de conocimientos. Arraiga en Atenas la elocuencia; todo ciudadano tiene derecho a acusar y a defenderse, si es acusado, ante un jurado compuesto por un  mínimo de 201 ciudadanos, los cuales no dominan cuestiones legales, sino que se dejan llevar por el efecto de las palabras del elocuente orador. El ciudadano inexperto recurría entonces a un logógrafo (que le componía el discurso y el litigante lo memorizaba) o bien estudiaba retórica.

Dadas las múltiples finalidades a que podía dedicarse el discurso, la Oratoria pronto se escindió en tres direcciones: epidíctica (la que enseña el arte de hablar en público), forense (que defiende causas ante los tribunales) y  política.

La oratoria epidíctica es, pues, un género en que la prosa aparece revestida de los ornamentos de la poesía; el orador desarrolla un tema más o menos serio, empleando un tono declamatorio, haciendo abundante uso de lugares comunes, de tópicos, y proponiéndose como meta el propio lucimiento personal o el esplendor de una conmemoración o la alabanza de una persona o colectividad.

Dentro del género epidíctico hay especies varias de discursos de aparato como el panegírico, el encomio, el discurso funerario o epitafio y el discurso erótico.

Poco a poco se fue logrando lo que constituiría el esquema típico del discurso: proemio (proposición, exposición, división para conseguir la atención de los miembros del jurado), diégesis o narración (prenarración, narración adicional, argumento preparatorio en que se presentan los hechos con claridad), argumentación o pistis (pruebas, discusión, confirmación, refutación, amplificación, recapitulación), y epílogo o conclusión en que se resume la cuestión intentando provocar la emoción de los miembros del jurado.

ISÓCRATES (436-338 a.C.)

Es el autor más importante de la oratoria epidíctica. Discípulo de los sofistas dedicados a la Retórica, empezó a ejercitarse en la oratoria forense pero la abandonó para establecerse como maestro de retórica. Enseñaba a disertar, es decir, a idear y ordenar pensamientos, a desarrollarlos y exponerlos de manera convincente; proporcionaba a sus discípulos conocimientos de lo que hoy podríamos llamar cultura general.

Se sitúa ya en el s.IV, tiempo en el que la Retórica desafía por un lado a la Filosofía, esgrimiendo su capacidad para formar a los jóvenes, y por otro a la Poesía, al discutirle el derecho exclusivo a una temática que ya puede ser tratada en prosa.

Isócrates fue el primero en considerar el lenguaje como algo que se puede modelar a voluntad y le dio importancia al acabar bien un período, con ritmo, evitando las cacofonías y el hiato. El juicio sobre él oscila entre la mediocridad espiritual que demostró y la eficacia de su escuela. En 393 abrió en Atenas (junto al gimnasio del Liceo, en el mismo lugar en que Aristóteles reunía a sus discípulos), una escuela que rivalizará con la Academia de Platón (fundada en 387). La paideia isocrática se sostiene en la Retórica tan criticada por Platón. Ambos adoptan las ideas educadoras de los sofistas e introducen en ellas sus matizaciones, pero Isócrates se presenta desde el primer momento en contra de los postulados de Platón y defendiendo la cultura sofística. Es, en el fondo, un verdadero sofista. Tiene el convencimiento antiplatónico de que al hombre le está vedado el conocimieto absoluto.

Se preocupó de la política y fue partidario del panhelenismo, la unión de todos los griegos contra la amenaza del poder macedonio de Filipo. Se sentía predestinado a actuar dentro de un pequeño círculo (padecía agorafobia) como maestro de una nueva forma de acción política: quería formar nuevos hombres que pudieran mostrar a la masa mal dirigida nuevas metas. Defiende la idea de que la concordia entre los griegos se alcanzará uniéndose en la lucha contra Persia.

Entre sus obras destaca la Helena, en que se opone a las ideas de Gorgias, el Panegírico (alabanza de Atenas) y el Panatenaico . Utiliza un estilo centrado en la frase, que busca la armonía en el enlace lógico de las ideas y en la subordinación de los pormenores a la esencia y al conjunto. Evita los poetismos y las metáforas audaces…

A partir de Isócrates la prosa griega es ya cuidada, precisa y evita el hiato.

LISIAS (445-380 a.C.)

El más representativo de la oratoria judicial es Lisias, aunque un poco anterior a él destacó ANTIFONTE DE RIMNUNTE, que estableció las partes del discurso. En este tipo de discursos los oradores no tenían ningún empacho en maltratarse con un verdadero lujo de injurias

Lisias era meteco y no llegó a conseguir la ciudadanía ateniense. Normalmente escribía discursos para sus clientes, ya de acusación, ya de defensa, y era el propio cliente el que los leía ante el tribunal. Esta actividad se denominaba logografía.

Su discurso más importante, Contra Eratóstenes, lo pronunció personalmente, pues en él acusaba a Eratóstenes de la muerte de su propio hermano.

Utiliza un ático fácil y agradable en los 34 discursos que conservamos. Lo que más se admira de él es la facultad de crear un personaje y de prestarle sentimientos, palabra y tono perfectamente de acuerdo con la condición de su cliente. También destaca por la clariad de la expresión, la falta de afectación, brevedad en la exposición de un pensamiento y redondeamiento de períodos.

DEMÓSTENES (384-322 a.C.)

Supone la cumbre de la oratoria griega. Todos sus biógrafos coinciden en declarar que de joven tuvo problemas para hablar en público y que venció gracias a un tesón indomable. Inauguró su carrera de orador acusando a los tutores que había nombrado su difunto padre de dilapidarle la herencia. Por tanto, sus inicios fueron de logógrafo, pero hacia el 350, movido por su patriotismo, se pasó a la oratoria política para atacar a Filipo y a los filipistas de Grecia.

En sus discursos políticos, escritos con una lógica implacable, echa en cara a los atenienses su apatía y el juego hábil de Filipo que se gana a unas ciudades griegas con promesas, siembra discordias civiles en otras y fomenta todo aquello que puede dividir a los griegos.

Destacan sus tres Filípicas, tres Olintíacas y el Quersonesíaco. Pero el más importante es el discurso pronunciado el 330 A.C. Por la corona, donde no sólo defiende su política antifilípica y ataca a su enemigo Esquines, sino que es una apología encendida de la civilización frente a la barbarie, de la inteligencia frente a la fuerza bruta, un canto supremo a la libertad.

Su estilo es difícil de definir: emplea a la vez y con igual soltura amplios períodos y frases breves, innovaciones léxicas y palabras de cuño poético, locuciones de la lengua coloquial y figuras de la dicción. En sus discursos sorprenden a un tiempo la brevedad descriptiva y la morosidad producida por sinónimos encadenados mediante conjunciones copulativas. No es tan sobrio como el de Lisias ni tan exuberante como el de Isócrates, pero es más rico que el del primero y más vivo que el del segundo.

 

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A finales del 2009 la alicantina Isabel Barceló publicó Dido reina de Cartago.

En este libro se recrea muy emotivamente la historia de Dido y Eneas, enfocada desde la perspectiva femenina de la reina. Las páginas nos transmiten su coraje, su lucha por seguir adelante y su capacidad de amar. Es una reina, pero es sobre todo una mujer, una mujer cercana tan de carne y hueso como mitológica.

Aunque la novela (que recomiendo) salió publicada en un libro y así es como yo la leí, su gestación y su difusión se hizo «por entregas»: Isabel Barceló iba publicando en su blog  «Mujeres de Roma» los capítulos semanalmente, y, además, en él participaron como personajes algunos de sus lectores.

Una nueva aventura acaba de comenzar: ahora se dispone a narrar la historia de la FUNDACIÓN DE ROMA o, mejor dicho, Claudia Hortensia se ha empeñado en empezar a recoger documentación para elaborar la historia de las matronas romanas de entonces, y ahí anda su liberta Lálage, por las librerías, en  el foro, buscando información… Como bien dice, No hay una historia más digna de ser contada que ésta, pues ninguna otra ciudad se ha fundado sobre tal cantidad de crímenes, traiciones y engaños y, pese a todo, ha recibido de los dioses amparo y protección.

Los primeros capítulos ya están publicados en el blog, y ya se han decidido a participar múltiples personajes: jóvenes inocentes con envenenadores, reyes y vestales, bosques y árboles, cronistas, adivinas, sacerdotisas, extranjeras… muchas mujeres, pero no sólo.

LA historia promete, y los antecedentes aseguran, al menos, el mismo éxito que tuvo Dido. Desde aquí, eso le deseamos.

ISABEL BARCELÓ

http://www.melibro.com/dido-reina-de-cartago-isabel-barcelo

 

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